Necesitamos una nueva legislación para que la revolución digital se convierta en la “Revolución de los creadores"
Por Jean-Michel Jarre
La música y otros sectores creativos han experimentado una extraordinaria transición hacia el mundo digital. Ese nuevo entorno ha revolucionado la manera en que el público accede a las obras, ha permitido que la música de los compositores y los artistas traspasara las fronteras de maneras antes imposibles, y ha abierto un enorme potencial de crecimiento para nuestras industrias creativas, así como para los empleos y la economía que de ellas dependen.
La era digital ha sido, y sigue siendo, positiva para los creadores. Cuando hablamos de economía digital, sin embargo, seamos claros: en realidad, debemos hablar de economía cultural. Porque son las obras culturales, la cultura, las creaciones y la creatividad las que constituyen el corazón de esta era digital. Es la cultura la que proporciona la sangre que corre por las venas de nuestro mundo digital. Son los creadores los que hacen que los teléfonos se tornen “inteligentes”.
Miren, si no, lo que ocurre con las plataformas más poderosas de nuestro tiempo, es decir, YouTube, Facebook, Google, Apple, Amazon: las obras de los creadores dominan el consumo y son el mayor impulsor de sus cuantiosos ingresos. Por su parte, los proveedores de servicios de Internet compiten ofreciendo paquetes de contenidos culturales que cautiven a los suscriptores. Y los operadores de telefonía móvil han dotado al mundo de teléfonos inteligentes que, desprovistos de música, películas, fotografías y libros, tendrían un valor casi nulo.
Es por todo esto que nuestras industrias creativas ofrecen tanto potencial futuro para el crecimiento económico y el desarrollo sostenible. Hace poco más de un año, un estudio elaborado por la consultora EY por encargo de la CISAC estimó que las industrias creativas aportan al menos unos 2.250 millones de dólares a la economía mundial.
Pese a esa buena noticia, aún persiste un gran problema. Todavía no hemos logrado convertir a la revolución digital en lo que debe ser: una revolución de los creadores. Sin duda, se ha revolucionado el acceso a las obras culturales. Y asistimos a un consumo récord de obras culturales. Pero, ¿dónde se ha generado el valor que impulsó ese consumo? ¿Quién se benefició?
La respuesta es que la era digital no ha recompensado lo suficiente a los creadores que han contribuido a impulsarla con sus obras. En cambio, los más beneficiados han sido las compañías tecnológicas, las plataformas y los fabricantes de hardware encargados de distribuir y monetizar los contenidos.
La experiencia vivida por el sector musical es la que mejor ilustra el problema. La revolución digital de la música ha transitado muchas etapas: desde los archivos MP3 piratas hasta los actuales servicios de suscripción, pasando por las descargas de canciones y álbumes. Ahora, por primera vez en dos décadas, la industria musical ha vuelto a la senda del crecimiento.
Hasta aquí las buenas noticias, porque los creadores siguen sin percibir unos ingresos justos por su trabajo. Y la principal razón tiene que ver con lo que se conoce como “transferencia de valor”.
Hoy en día, la principal fuente de música es, por mucho, el streaming de vídeo a través de YouTube y otras plataformas de contenidos subidos por los usuarios. Esas plataformas cuentan con una audiencia superior a mil millones de usuarios en todo el mundo. Se trata de servicios de música que están haciendo un negocio gigantesco a costa de los contenidos creativos, y que pagan tarifas mínimas de remuneración a los titulares de derechos.
Esta situación obedece a una anomalía fundamental del universo creativo. Es el resultado de reglas de mercado que hacen posible que poderosos servicios de contenidos subidos por los usuarios no paguen una tarifa justa por los contenidos creativos de los que se nutren.
Y ese es nuestro problema a nivel mundial: un enorme sector distribuye la música de los creadores y a cambio les retribuye con una porción minúscula de sus ingresos. La transferencia de valor es el mayor obstáculo al que se enfrentan los creadores en la actualidad; no solo abarca a la música, sino también a las fotografías, las películas y otros repertorios.
Entonces, ¿qué debe hacerse? Solucionar la cuestión de la transferencia de valor es una responsabilidad primordial de los responsables políticos. Mejorará el entorno en donde los creadores intentan ganarse el sustento. También contribuirá a fomentar la diversidad cultural al ayudar a autores y compositores situados fuera del mainstream, para quienes las regalías por streaming resultan esenciales para subsistir.
El pasado año recurrimos a la Unión Europea para que tomara cartas en el asunto. Existe un paquete de normas en estudio que pronto será sometido a votación en el Parlamento Europeo. A nivel mundial, la UNESCO también desempeña un papel clave, razón por la cual esta semana, en París, me encuentro disertando en la primera conferencia de la UNESCO sobre remuneración justa para los creadores en la era digital.
Europa ha abierto la puerta para que se produzca un cambio significativo del marco normativo respecto de un problema de alcance mundial. Las propuestas de la CE aplicarían la ley de derechos de autor de manera equitativa a todos los servicios de música, incluidas las plataformas de streaming de vídeo. Es solo un primer paso, pero refleja un renovado respeto por los derechos de los creadores en un mundo donde se los ataca con demasiada frecuencia.
La revolución digital ha cambiado nuestra vida de manera decisiva en las últimas décadas. Pero nuestro trabajo como creadores no ha terminado; en muchos sentidos, apenas comienza. La distorsión del mercado que plantea la “transferencia de valor” debe solucionarse. Los creadores tienen que recibir una remuneración justa. La revolución digital debe convertirse en una verdadera “revolución de los creadores”.
Jean-Michel Jarre es Presidente de la CISAC, la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores.